Fran Otero. Madrid.
La Razón.
El cardenal Dominique Mamberti es hoy el prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, ministro de Justicia del Vaticano en una hipotética traducción civil. El Papa Francisco le encargó esta tarea en noviembre de 2014, después de 30 años dedicado a la diplomacia vaticana. Nacido en Marrakech en 1952 y criado en Córcega, el purpurado ha ocupado varios altos cargos hasta alcanzar el actual. Fue «ministro de Exteriores» de la Santa Sede durante ocho años y trabajó en las representaciones pontificias de Naciones Unidas y Líbano. Además, ocupó el cargo de delegado diplomático en Somalia y Eritrea. Ayer, con motivo de la fiesta de San Raimundo de Peñafort, patrón de los juristas y del Derecho Canónico, ofreció una ponencia sobre la reforma del proceso de nulidad matrimonial en el marco de un acto académico organizado por la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad San Dámaso.
–Lleva más de un año al frente del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica. Aunque usted es canonista, ¿cómo ha sido el cambio del campo diplomático al judicial?
–El del Derecho es un sector que siempre me ha interesado. Naturalmente, es un desafío después de 30 años en el campo diplomático. En cualquier caso, tiene un aspecto global, como lo tiene la diplomacia. Mi tarea es la vigilancia de la recta administración de la Justicia y esto te permite conocer la situación de la Justicia eclesiástica en el mundo.
–¿Es la reforma de las nulidades matrimoniales el mayor reto que afrontan hoy?
–La reforma del Papa Francisco es muy importante y necesita gente muy preparada para aplicarla. Lo que se busca es asegurar a todos los fieles un acceso ágil a la Justicia de la Iglesia y esto, naturalmente, no se puede hacer de un día para otro, pero es una tarea que los obispos tienen que tomar en serio.
–No se pone en cuestión la indisolubilidad del matrimonio, ¿no?
–El Papa lo afirma claramente. No está en cuestión la indisolubilidad del matriomonio. Lo que se pretende es hacer más facil la clarificación del estado de las parejas que están en esta situación para que no se alejen de la Iglesia. La primera intención de la reforma es la de agilizar los procesos, no reemplazar un sistema por otro. Hay cuestiones que ya se han aplicado, como la eliminación de la doble sentencia, aunque hay otras que todavía requieren tiempo. El criterio es el de asegurar la continuidad del acceso a la Justicia por todos. En este sentido, como ya he dicho, es importante tener personal preparado.
–El Supremo Tribunal también se encarga de la Justicia dentro del Vaticano. ¿Qué tiene que decir en relación al escándalo de las filtraciones en el que está implicado el sacerdote español Lucio Vallejo Balda?
–Nuestro papel es muy subsidiario, pues como prefecto del Supremo Tribunal soy también el presidente de la Corte de Casación. En el caso de las filtraciones, no tenemos competencia y sólo intervendríamos, si así se solicita, en tercera instancia tras la sentencia y la apelación. Son tres grados distintos de jurisdicción.
–Fue un caso de traición al mismo Papa. ¿Cómo le ve en la renovación que está planteando en la Iglesia?
–Es impresionante ver su energía y su atención a cada persona y situación. Es verdaderamente impactante.
–Miremos a España. Usted ha trabajado en la oficina de Relaciones con los Estados de la Santa Sede. ¿Qué le parece que algunas formaciones políticas, de izquierda fundamentalmente, quieran revisar o denunciar los acuerdos entre la Iglesia católica y el Estado?
–No hay que olvidar que son muchos los países que mantienen acuerdos con la Santa Sede, y no sólo en Europa, también en África, Asia o América. Además, se han desarrollado en países que no necesariamente tienen una mayoría católica. De lo que se trata es de reconocer la personalidad jurídica de la Iglesia y consentir el desarrollo de sus actividades. La situación de España no es una excepción.
–Formaciones políticas nuevas como Podemos han atacado realidades religiosas como la Semana Santa y se plantean limitar la presencia de la Iglesia en campos como la educación o la salud. ¿Atacan estas propuestas a la libertad?
–Naturalmente, sí. Me pregunto, en este caso, quién tendría la responsabilidad en estos sectores. ¿Sólo el Estado?
–Según ésta y otras formaciones políticas, fundamentalmente de izquierda, sí...
–Son modelos que ya se han experimentado y no han dado resultados.
–Es una cuestión de libertad religiosa, ¿no?
–La libertad religiosa es un elemento muy importante para la defensa de los derechos humanos. Además, su ejercicio no se limita al interior de los templos, sino que tiene un reflejo social. Estoy hablando de estándares internacionales. En este sentido, conviene recordar todo lo que las instituciones de la Iglesia católica hacen en tantos países en favor de todos en los sectores de la educación, la salud y la caridad. Esta labor no sólo debe ser respetada, sino favorecida por las autoridades públicas, porque están al servicio de la gente.
–En muchas ocasiones, se habla de privilegios de la Iglesia...
–La presencia de la Iglesia, por ejemplo, en las cárceles no es un privilegio de la Iglesia, es un derecho de los fieles. ¿Cómo pueden ejercer su derecho a la libertad religiosa si en la cárcel no hay un capellán? Esto es el ejercicio de la libertad religiosa. Y no es un privilegio de la Iglesia, porque la Santa Sede defiende el derecho de todos a la libertad religiosa y no el derecho de la Iglesia católica. También el de los evangélicos, musulmanes... El acceso a la atención religiosa es un derecho humano, negarlo es ir contra un elemento de esa libertad.
–¿Qué le parece la situación política que vive España, sin un Gobierno estable desde hace casi tres meses? ¿Preocupa esta circunstancia en la Santa Sede?
–No tengo la autoridad para hablar en nombre de la Santa Sede sobre una cuestión interna de España, pero está claro que, en una situación complicada, la estabilidad institucional es muy importante.
–En este difícil contexto internacional del que habla, la persecución a los cristianos sigue siendo una realidad. ¿Se les ha olvidado?
–Efectivamente, hay una indiferencia inexplicable ante la situación de los cristianos en Oriente. Es difícilmente comprensible que una comunidad que ha dado tanto a la región esté tan amenazada.
–¿Ha estado Europa a la altura en ésta y en otras cuestiones? ¿Ha perdido sus raíces cristianas?
–Tenemos la esperanza de que no las pierda. Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han insistido en que son estas raíces las que han permitido desarrollar la civilización en la que vivimos, una civilización basada en el respeto a la persona y a sus derechos. Es una herencia que no podemos dejar de lado y es lo que la Iglesia quiere reafirmar en este tiempo. Naturalmente, no todas las personas se reconocen en el cristianismo, pero es la base sobre la que se ha construido nuestra civilización.
–¿Es síntoma de la crisis de Europa la respuesta que como conjunto ha dado al problema de los refugiados?
–La situación de crisis que vive el continente ha favorecido esta reacción. No puede ser una excusa, pero en épocas como ésta se ve a la persona extranjera con más dificultad. En este sentido, el cristianismo puede ayudar mucho. Sólo hay que ver qué instituciones son las que están en primera línea en la ayuda a los más necesitados. Son las de la Iglesia. Esto es un ejemplo de cómo el cristianismo sigue presente en el centro de Europa y cómo sus fuerzas son necesarias hoy para afrontar estos retos.
Respuesta global a los refugiados
El otrora «ministro de Exteriores» de la Santa Sede prefiere no manifestarse sobre el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para la devolución de refugiados, aunque recalca que como problema global que es, debe tener una respuesta de toda la comunidad internacional. «En estos casos, los países no pueden encontrar soluciones individualmente. Se necesita un tratamiento individual de la situación, pero, sobre todo, esfuerzos para alcanzar la paz en la región, pues la principal causa del éxodo masivo de refugiados son los conflictos de Siria e Irak, tan prolongados en el tiempo».
Añade que el Papa Francisco es en este tema «un líder moral» y recuerda que ya han sido muchas las ocasiones en las que el Pontífice pide que todos los actores que tienen algo que decir en la región se sienten a negociar por la paz: «No hay que olvidar que Oriente Medio es un lugar muy importante para la Santa Sede, pues allí hay muchos cristianos que viven una situación difícil».